Desde el día que conocí las letras de Efraín Huerta, una chispa delincuente se apoderó de mis sentidos y de mi cordura. Nunca ningún escritor se había apoderado de mi estado de ánimo de esa forma.
Nunca ningún poeta había tenido tal poder sobre mi persona. Me hace pensar que todo es fácil y que la vida es juego.
Bajo la influencia de sus poemas envié flores por primera vez. Dramática como suelo ser, había sufrido recientemente por desamores, y me costó volver a abrir mis posibilidades.
No obstante, el día anterior había ido a una librería de viejo cerca de mi casa, a la que regresé felizmente con una gorda antología del poeta. Lo hojeé sin intenciones de comenzar la lectura, pero en las páginas finales, encontré la fuga de la razón. Mis favoritos de Efraín Huerta, los poemínimos, hicieron su triunfal y devastadora aparición.
Todos son mis favoritos porque resumen en poquísimas letras aquello que tanto me hace reír, que tanto me identifica. Pero el especial de la noche se llama IDIOT BOX y va así:
Esta
Declaración
De amor
Imposible
Se destruirá
En cinco
Segundos
Las locas ideas se apoderaron de mi mente y comencé a moverme, arranqué la hoja del libro, saqué una pluma y escribí una nota. Caminé al puesto de flores más cercano y compré dos gerberas, una rosa y una blanca. Cabe decir que soy una amante empedernida de las flores, me hacen feliz sin justificación alguna, y quise de igual forma, hacer que ese hombrecito al que había visto sólo en contadas ocasiones y cruzado apenas palabra con él, fuera tan feliz como yo al recibir el regalo espontáneo.
Además, no fue ésta la primera vez que pasé por un episodio descontrolado, patrocinado por el buen Efraín Huerta. Ya hace algunos ayeres, en una biblioteca moreliana, me encontré un librito con sus poemas y al leer tan sólo unas líneas, mi delincuente interna se saltó las reglas de la moral y arrancó una hoja con disimulo mientras la metía a una de sus bolsas. No es que me enorgullezca, pero ese día conocí la grandeza de la poesía, y cada vez que la veo y la re-leo, una inmensa admiración se enciende dentro de mí.
Después regresé y compré el libro completo. Pero bueno, dejando atrás la divagación de los recuerdos, encargué a la amable señora que me atendió en su puesto de flores, que la entrega se hiciera al siguiente día, a las doce, en la galería en la que trabaja el susodicho.
Me fui de ahí nerviosa pero inexplicablemente feliz, camino a casa conversaba con un imaginario Efraín Huerta que se reía de mi comportamiento puberto mientras me animaba a seguir con la misión.
Al día siguiente, gracias al bendito internet, supe que las flores, y por supuesto mi nota, habían llegado a su destino, y más que eso, que las letras del señor Huerta, la página impunemente arrancada de su envoltura, habían cumplido su cometido: la primera sonrisa de un día aparentemente monótono, la primera transgresión patrocinada por Huerta para el destinatario que terminaría compartiendo mi gusto por la transgresión.
Así que cuando se topen con un libro de Efraín Huerta, nunca de los nuncas crean que será aburrido o mortalmente cursi, porque pueden llevarse más de una historia aderezada con adrenalina, puede que encuentren lo que andaban buscando, o tal vez sólo se rían y quieran la colección completa para su biblioteca.
Por Liz Mendoza
@tangerineliz
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