Encontrar el inicio de cualquier género literario es difícil, sobre todo si se pretende reducirlo a una sola obra. Si miramos muy atrás en el tiempo, el elemento de terror ha existido seguramente desde los mismos orígenes de la literatura. Partes de la “Orestíada” de Esquilo son estremecedoras, como lo es el gore desenfrenado de Tito Andrónico de William Shakespeare. Y aunque su finalidad fuera otra —moralizante— la tradición popular iba cargada en sus inicios de cuentos crueles a los que hoy en día pondríamos calificación para mayores de dieciocho años.
Como género o tendencia, escribir obras de terror seguramente empieza en el siglo XVIII con la aparición de la literatura gótica: El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole, considerada la primera novela de esta corriente, deja el camino abierto a Vathek de William Beckford, Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe, Melmoth el errabundo de Charles Maturin, El monje de Matthew Gregory Lewis y tantos otros, novelas de terror enmarcadas en el romanticismo con todas sus virtudes y defectos. A partir de aquí queda abierta la veda: el terror literario ha madurado, ha crecido y se ha enriquecido y está preparado para establecerse por su cuenta.
Dos clásicos necesarios
Escoger una de estas novelas góticas del XIX para abrir esta primera etapa de mi cronología no ha sido tan complicado como podría parecer. Es una cronología subjetiva porque puedo basarme en mis gustos personales. Así, puedo esquivar la santísima trinidad de la literatura gótica —Los misterios de Udolfo, El monje y Melmoth el errabundo— que, salvo la obra de Maturin, siempre me ha aburrido bastante con sus infinitos devaneos internos acerca de la moralidad, la consciencia el desespero y la tentación e ir directo a la única de estas obras ancestrales que realmente me gusta: Manuscrito encontrado en Zaragoza, la cual combina lo mejor de la literatura gótica con la tradición de la picaresca española. Sin entrar en valorar si sus cualidades la hacen una obra más o menos meritoria que las otras tres que mencionaba, sin duda la hacen más cercana, más accesible para el lector actual.
A partir de este primer libro el resto se desgrana fácilmente. Frankenstein y Drácula son referencias tan inevitables como necesarias: ambas establecen la base de dos iconos del terror que perviven aún hoy en día. Ambas están intrínsecamente relacionadas desde el principio desde Villa Diodati: una directamente —pues nació allí de la mano de Mary Shelley— y la otra por herencia —El vampiro de Polidori vendría a ser el abuelo literario de Drácula—. Ambas novelas, aunque tengan tanto en común, son opuestas en su planteamiento. Frankenstein es el monstruo que quiere ser hombre, creado por la mano del Doctor Frankenstein cuando juega a ser Dios. Drácula es el hombre que se hizo monstruo y depreda a la humanidad. De las dos obras, seguramente Drácula tiene más detractores: suele afirmarse que la primera mitad del libro es muy superior a la segunda, y aunque es objetivamente cierto, el todo me sigue pareciendo un libro sumamente disfrutable, más que Frankenstein, que si bien excelente y muestra clara de virtuosismo literario, es más lento y atmosférico.
Los relatos de los maestros
Los cuentos de Poe, los de Machen y James son otra apuesta segura; de Poe no hay nada que decir, si se repite hasta el hartazgo que King es el rey del terror —algo muy discutible por otra parte— Poe es Dios, y la distancia entre Dios y cualquier otro autor del género es sideral. Por mencionar solo unos pocos ejemplos, “La mascara de la muerte roja”, “El barril de amontillado”, “El corazón delator” o “El gato negro” son obras maestras de una elegancia macabra que nadie ha igualado o se ha acercado a igualar. No solo es terror: el terror se presenta con una estética —estas habitaciones de colores en el baile de máscaras de “La máscara de la muerte roja”— que fusiona la prosa y la poesía. La historia en sí es más que suficiente como para estremecer a cualquiera, pero si es posible hacerse de la edición de los Cuentos de imaginación y misterio de la editorial Libros del Zorro Rojo, con traducción de Cortázar, como debe ser, y las ilustraciones de Harry Clarke. Para mi es la mejor edición disponible con diferencia.
Arthur Machen y M. R. James son otros dos grandes maestros del relato de terror: Machen tiende a lo poético, a relatos complejos y literariamente muy elevados —a veces complicados de digerir—; Los tres impostores es un libro sumamente interesante que parece compuesto de relatos independientes que, en realidad, se estructuran en torno a un mismo nexo. Pocos relatos de terror se han escrito que puedan compararse a los que podemos encontrar aquí. Machen se mueve entre lo visible y lo invisible, la civilización y lo que se esconde entre sus costuras, lo olvidado y lo presente. Alta literatura que una vez asimilada convierte a Machen en uno de estos autores de cabecera. James es más accesible, y aparte del cuento que da título a la antología de Valdemar que recomiendo —Corazones perdidos: Cuentos completos de fantasmas— siempre me ha gustado mucho “El fresno”. Ambos autores beben del folklore británico y al situar —como solían hacerlo— sus historias en el campo les dan un aire arcaico, rural, nostálgico del viejo mundo preindustrial. James lo hace con un tono más desenfadado, quizás, a veces con algún toque de humor negro.
Otros clásicos a tener en cuenta
La casa y el cerebro. Un relato victoriano de fantasmas ha sido un descubrimiento reciente; Lovecraft, que en sus ensayos sobre el género era muy parco en halagos, lo considera uno de los mejores. Edward Bulwer-Lytton combina la moda del espiritismo y el mesmerismo con habilidad para construir una historia que parece bastante simple —arranca con el clásico escenario donde un individuo decide pasar la noche en una casa considerada encantada— y al final acaba resultando sorprendentemente compleja y original.
La casa en el confín de la tierra de William Hope Hodgson y La otra parte de Alfred Kubin son obras curiosas; el terror apunta hacia el surrealismo, el desconcierto, la desconexión con la realidad. William Hope Hodgson es muy conocido por sus relatos de horror en el mar, pero me parece que para potenciar la diversidad en la lista, prefiero recomendar esta novela suya que, además de ser su obra más singular, también es mi favorita. Influenció poderosamente a Lovecraft y en el nacimiento del horror cósmico. Es un libro desconcertante, como un sueño delirante que página a página va superándose a si mismo hasta un final perfecto; como con la obra de Bulwer-Lytton que comentaba antes, la premisa inicial parece bastante sencilla (un hombre se traslada a una casa aislada donde empieza a verse acosado por lo sobrenatural) pero aquí va escalando de un modo que no tiene comparación: el acoso de las criaturas bestiales, los viajes ¿mentales? del protagonista, la sensación de pavor al sentirse suspendido por un hilo sobre un abismo de negrura…Recientemente la novela ha sido adaptada al cómic con arte de Richard Corben.
La otra parte de Kubin es otra obra onírica aún más delirante, si es que esto es posible. Puede que sea una de las incorporaciones en esta lista potencialmente más polémicas y de las más desconocidas: sumamente meritoria sin embargo, pero no se puede definir fácilmente. Digamos que presenta la peculiar experiencia del narrador en un país nuevo surgido de la imaginación de un millonario artista henchido de mesianismo. Los simplemente excéntricos conviven allí con los rematadamente locos: algo en el lugar les transforma —o ellos transforman el lugar— hasta que éste parece una entidad viviente completamente demente. El lenguaje, todo el concepto, está revestido de una cualidad poética, de ensueño, que le da un aire de sueño o pesadilla que ninguna otra obra que haya leído se acerca a igualar.
La isla del Dr. Moreau puede sorprender en esta lista, pero siempre me ha parecido un libro escalofriante, a su modo. H. G. Wells fue tan visionario como Jules Verne, pero allí donde lo que previó Verne ya lo hemos vivido hace tiempo, las visiones de Wells quizás aún estén por llegar. La resolución de La guerra de los mundos nos habla de guerra biológica y terraformación. La de La maquina del tiempo antecede las primeras distopías de la ciencia ficción y sienta las bases para el subgénero del viaje temporal. En La isla del Dr. Moreau lo que vemos es una versión primitiva de la experimentación genética, otra representación muy gráfica del complejo de dios. Las criaturas torturadas física y espiritualmente que surgen del bisturí del Doctor, su casa del dolor… no son cosas que uno olvide fácilmente, y me parecen de las más perturbadoras que he leído. Para mi es el mejor libro de Wells.
La puntada final
Para terminar tenemos a Clark Ashton Smith y a Howard Phillips Lovecraft. La llamada de Cthulhu es una antología tan buena como casi cualquier otra. Todos los relatos de Lovecraft han sido publicados entre antologías temáticas, ediciones íntegras y demás, pero de todas ellas la que me parece más satisfactoria es la primera que leí, la de Acervo en dos tomos titulada Obras escogidas. Aquí se recopilan casi todos los mejores relatos del maestro de Providence, con lo que tenemos una antología más completa que muchas otras, pero se prescinde de los relatos “malos” o muy alejados de los mitos —como los de Herbert West, que por otra parte recomiendo aunque no sean lo que uno suele asociar a Lovecraft—. Dudo que pueda decir algo que no se sepa ya sobre por qué leer de Lovecraft, pero para tener una idea de por qué el terror es actualmente como es, solo hay que leer a dos autores, y tienen que ser Lovecraft y Poe.
No importa cuál sea el título o autor de tu preferencia, lo importante es que leamos y disfrutemos de éstas terroríficas historia.
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