No era una gota común, aunque se parecía a las trescientas veintidós mil gotas que viajaban con ella en una nube gorda y esponjosa. Tenía la panza redonda, un rulo puntiagudo en la cabeza y un traje transparente, igual que las demás. Pero ella no bostezaba aburrida, como sus compañeras, ni dormía la siesta sobre la almohada blanca que flotaba por el cielo. Asomada entre las hilachas de la nube, soñaba con conocer el mar.
Su gotabuela, que ya había ido muchas veces a la tierra, le había contado que el mar era enorme y parecía un retazo de cielo húmedo que el viento despeinaba. También le había dicho que el mar canta una canción de sal y espuma, mientras acaricia a la playa con sus olas.
A ella no le importaba que otras gotas malhumoradas la desilusionaran al decirle que no podía elegir dónde iba a caer. Sabía que algún día, sin importar cómo, llegaría hasta el mar.
Una tarde de calor, se asomó más que de costumbre y se resbaló de la nube. Primero se asustó un poco porque estaba sola, pero de pronto se empezó a dibujar debajo la silueta de la tierra y el miedo se le fue pasando. Entonces cayó en un charco de agua sucia
–¿Esto será el mar? –se preguntó, mientras se lavaba el barro que le ensuciaba la panza.
–Claro que no –le contestó un mosquito muerto de risa–. El mar queda muuuuy lejos.
En ese momento pasó un camión que pisó el charco con la rueda y salpicó agua para todos lados. La gota salió disparando por el aire y cayó en un arroyo finito como un hilo.
–¿Esto será el mar? –se preguntó, mientras se sacaba un pastito de la cabeza.
–Claro que no –le contestó una rana muerta de risa–. El mar queda muuuuy lejos.
La gota navegó sobre una hoja seca hasta que llegó a un lago.
–¿Esto será el mar? –se preguntó, mientras se estiraba para sacarse una arruga.
–Claro que no –le contestó un pájaro muerto de risa–. El mar queda muuuuy lejos.
La gota se enredó entre las plumas del pájaro y voló un rato con él hasta que se deslizó de sus alas y cayó en un río.
–¿Esto será el mar? –se preguntó, mientras se peinaba el rulo.
–Claro que no –le contestó un pez de colores muerto de risa-.
El mar queda muuuuy lejos.
La gota se entristeció. Quizás era cierto y el mar quedaba tan lejos que nunca podría conocerlo. Pensó que lo mejor era volver con sus compañeras. Sólo tenía que tomar un poco de sol y transformarse en vapor que es lo que hacen las gotas de lluvia cuando extrañan a las nubes.
Pero en ese momento, la corriente del río comenzó a arrastrarla con fuerza. Por más que intentó acercarse a la orilla, el río la empujó en un torbellino que la hacía dar vueltas y vueltas y no la dejaba ver nada. De pronto, el agua volvió a aquietarse. Entonces, vio que estaba en un sitio enorme. Parecía un retazo de cielo húmedo que el viento despeinaba. A lo lejos vio que las olas acariciaban la playa y oyó una canción de sal y espuma. Y la gota sonrió, como sonríen las gotas cuando por fin llegan al mar.
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