Todos tenemos alguna obsesión oculta. A veces, sin darnos cuenta, acumulamos. Acumulamos fotografías, acumulamos ropa que casi no usamos, acumulamos sentimientos y acumulamos sueños.
A algunos otros nos encanta acumular historias. Desde siempre me ha gustado escuchar lo que los demás cuentan. Me tiene sin cuidado que estas historias sean ciertas o no, igual las acumulo y las quiero como un verdadero tesoro.
Pero a veces también a mí me gusta ser la narradora de los acontecimientos que, sin una adecuada expresión, son sólo hechos cotidianos. Y precisamente hoy, me toca empezar esta historia.
Un día de esos en los que sientes que no eres parte de este mundo ni de ningún otro, preferí dar una vuelta acompañada de la única persona que está condenada a seguirme por el resto de sus días: yo. En eso estaba cuando me encontré con la imagen misma de lo que andaba buscando sin saberlo: un libro pequeño, cuadrado y con las orillas anaranjadas, su nombre: Extranjero siempre. Crónicas nómadas.
No pudo existir una mejor definición de mis días de alienígena en el planeta Tierra. No pude haber encontrado un amigo como ese en mil años de búsqueda de vida en otros planetas. Porque justamente era eso lo que necesitaba, un amigo que lograra apagar mi desordenada cabeza y encender mi imaginación con sus propias historias de risa y asombro.
Leonardo Tarifeño, autor de este libro cronicado y periodista nómada, parecía estar sentado junto a mí, compartiendo el café mientras me contaba de esa vez que trabajó como cadenero en ese bar tan famoso de la ciudad, o cuando entrevistó al venerado cantante africano Salif Keita, o de aquella vez que les armó una crónica a los integrantes de una banda de rap formada en el interior de un penal argentino, o cuando no tenía ni una sola moneda que le salvara el día en un país desconocido mientras la noche llegaba de a poco y el estado de alerta iba en aumento.
Puras historias típicas de un nómada que no se detiene en ningún lugar. Puras risas y expresiones de asombro. Hasta lágrimas hubo.
Así pasaron las horas y la taza de café se llenaba y se vaciaba. De repente regresé a la Tierra y pensé en lo afortunada que soy al poder tener amigos como éstos libros, que no se cansan de contarte, de animarte, de darte las palabras exactas que necesitas escuchar, en el momento adecuado.
Desde entonces intento no olvidar hacer mi ritual cada dos o tres días: tomo uno de esos libros que acompañan mis días y hago una pregunta en voz alta. Lo abro en alguna página al azar, y la línea que mis ojos vean primero, y mi entendimiento lingüístico logre descifrar, será la respuesta que ando buscando, el oráculo literario, me ha dado por llamarle a esta costumbre que empezó como un juego entre amigos, libros y amigos, una de las mejores combinaciones que podemos disfrutar.
Parece que las Crónicas Nómadas de Leonardo Tarifeño me incitaron a escribir sobre las nimias costumbres.
Por Liz Mendoza
@tangerineliz
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