El Institute of Sustainable Heritage desarrolla un sistema para calificar los volúmenes literarios en función de su olor, como si de un vino se tratase.
Cuando hablamos de “catar” un libro, solemos referirnos a hacer una lectura superficial para tener una primera impresión sobre él. Sin embargo, ahora lo de reconocer un texto por su olor como si de un vino se tratara empieza a ser una realidad. Y es que el Institute of Sustainable Heritage, un organismo londinense, ha desarrollado todo un lenguaje para definir las sensaciones olfativas que provoca un libro.
No cabe duda de que, cuando entramos en un lugar donde abundan los libros, percibimos un olor especial, conformado por el del papel del cual están hechos y por los de los distintos ingredientes químicos que se le añaden para una mejor conservación.
De hecho, quienes trabajan a diario con textos han desarrollado un sentido especial para encuadrar un libro en su época solamente con olerlo. Pero -como decíamos- hasta ahora no había un léxico para explicar esas sensaciones, como sucede por ejemplo con el mundo del vino. Sin embargo, la investigación del citado Institute of Sustainable Heritage ha venido a resolver ese problema.
Empezaron por tomar muestras de libros usados y, a continuación, relacionaron las reacciones subjetivas que se producían al olerlos con su composición química. De ese modo, han desarrollado un lenguaje que permite calificar cada una de esas reacciones. Para probar su sistema, se fueron al Museo de Arte de Birmingham y allí tomaron a 79 visitantes como sujetos de su experimento. Les dieron a oler un trozo de un ejemplar bibliográfico de 1828 y el resultado fue que la mayoría de ellos afirmaron percibir aroma a cacao con un eco de madera o café.
Así, pudieron ver que su idea funcionaba. De hecho, el olor de un libro puede aportar gran cantidad de información sobre las vicisitudes que ha atravesado. Porque no huele igual un ejemplar que ha sufrido desplazamientos largos o ha sido encuadernado en un tipo de cuero diferente. De este modo, por ejemplo, nos hemos enterado de que los volúmenes publicados entre 1850 y 1990 tienen un olor diferente a otros debido al ácido usado en la composición del papel. Sin duda, un experimento muy curioso. Un poco en broma, ahora podremos decir que las obras de Lope de Vega huelen a almíbar o las de Galdós a café.
Vía: ‘Lecturalia’.
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