Escapar de la realidad, es un deseo que todos hemos pedido alguna vez…
Lo que no podremos lograr es escapar de nosotros mismos, de nuestra humanidad ambivalente, esa que nos demuestra que tenemos villanos y héroes dentro de nosotros, que todos los días vivimos una lucha interna entre el bien y el mal.
De ahí viene mi afición al Señor de los Anillos. Y de esa fantástica saga viene mi amor por los seres imaginarios y los monstruos, por los mentores y la amistad perdurable ante cualquier cosa.
Tal vez ya es una frase trillada, pero me parece muy acertada: La vida es un viaje. Algunos días el camino puede ser soleado y lleno de aventuras, y otros, estar lleno de sombras y peligros. Se trata de vivir cada experiencia y aprender de ellas, porque cada uno de nuestros mundos internos necesita alimentarse de fantasía y de realidad.
Me gusta imaginarme al célebre autor de estas novelas, J.R.R. Tolkien, sentado en algún café, con pluma en mano y perdido entre sus pensamientos, luchando por ponerlos en orden. Una mente capaz de crear mundos como aquellos, es capaz de destruir las barreras de los idiomas, de los pretextos y de las etiquetas que sólo nos alejan de nosotros mismos.
Y así, llegué a la conclusión de que, para leer El Señor de los Anillos, es nuestra obligación preparar nuestra mente, o mejor dicho, abrirla como un paracaídas…
Primero que nada, será necesario poner un poco de atención en las cosas de la vida diaria como caminar por las calles, observar a quien camina a nuestro lado, describir los momentos decisivos en nuestra vida, identificar lo que sentimos cuando tomamos la mano de nuestra persona especial, disfrutar los olores, dejar que tu imaginación vuele, que tu creatividad se desate.
Después respira y comienza a sumergirte en la historia que te llevará en una travesía, conoce a los personajes, enamórate de ellos, identifícate, recorre el camino que J.R.R. Tolkien va trazando con sus palabras, y mejor aún, ponle tu toque personal.
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