A los escritores se les conoce por sus obras públicas, por aquellas que traspasaron la muralla del anonimato.
Multitud de libros con sus nombres e ideas se apretujan en los estantes de las bibliotecas, pero hubo un tiempo, antes o a pesar de su quehacer literario, en que libros de ciencias, geografía y matemáticas llenaban las mochilas de sus alumnos.
Lo cierto es que más allá de su fama, muchos escritores reconocidos llevaron escondida una vocación por la enseñanza, que además de permitirles ganarse el pan de manera digna antes de los lucrativos frutos de su talento, le permitió complementar sus dos pasiones: las letras y las aulas.
Del maestro al Cronopio
Se conoce muy poco sobre la época en que Julio Cortázar fue profesor. Tal vez porque sus años de estudiante fueron amargos, como quedó asentado en algunas de sus cartas. Sin embargo, esa misma adversión por sus profesores de infancia pareció haberle inspirado una excelencia, un carácter y una dulzura muy escasos en el oficio de enseñar.
Cortázar fue un maestro extraordinario. Profundamente carismático, confiable; un ser humano querible. Es así como lo recuerdan sus amigos, sus colegas, sus alumnos. Un hombre que se consagraría, por supuesto, por la indudable calidad de su producción literaria, pero que también marcó el curso de una pequeña generación de alumnos suyos.
Cuando Juan Domingo Perón ganó las elecciones presidenciales presenta su renuncia. “Preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a ‘sacarme el saco’ como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos”.
La pedagogía de Mistral
Lucila Godoy (Gabriela Mistral) nunca obtuvo el título de profesora ante las academias de Chile, pero no se puede separar la vida literaria de la Premio Nobel, de su vida de maestra y directora de escuela.
“No, no tengo el título, es cierto; mi pobreza no me permitió adquirirlo y este delito, que no es mío sino de la vida, me ha valido el que se me niegue, por algunos, la sal y el agua”, escribiría la poeta. En este contexto de escasa valoración profesional es que recibe la invitación de José Vasconcelos, Ministro de Educación Pública de México, para participar en la Reforma Educacional del país, misma que continúa vigente en las aulas mexicanas.
Para Gabriela Mistral “El maestro verdadero tendrá siempre algo de artista; no podemos aceptar esa especie de jefe de faenas o de capataz de hacienda en que algunos quieren convertir al conductor de los espíritus” .
El Maestro Rubén
El poeta y traductor mexicano, autor de “Fuego de Pobres” y “Albur de Amor”, Rubén Bonifaz Nuño, fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y ganador del Premio Nacional de Literatura y Lingüística, sin embargo, sería la docencia otro de los caminos que emprendería con pasión.
Fue profesor de la Facultad de Filosofía y Letras y fundador de la cátedra Seminario de Traducción Latina de la UNAM. Rafael Tovar, presidente de Conaculta, expresó en su homenaje póstumo que “su labor magisterial fue la primera semilla que Bonifaz Nuño depositó en el seno de nuestra cultura nacional”.
Poesia en las aulas
Antonio Machado, el magnánimo poeta español, fue profesor porque era la única salida que imaginó alguien que vivió toda su vida rodeado de palabras y no quería alejarse de ellas.
La docencia fue para él, como suele suceder con la mayoría de los escritores profesores, algo esencial, sobre todo porque había aprendido la importancia de la educación en su propia vida.
De su experiencia como docente, Machado cultivó una fidelidad al espíritu institucionalista que sentó las bases de su propia personalidad y quedó reflejada en su poesía: tolerancia, respeto, admiración por el conocimiento y por el trabajo.
Incansable labor docente
Además de consagrarse como el padre de la literatura mexicana, Ignacio Manuel Altamirano dedicó gran parte de su vida a la docencia. Fue profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio, la de Jurisprudencia y muchas otras, por lo cual recibió el título de Maestro.
Sentó las bases de la educación primaria gratuita, laica y obligatoria el 5 de febrero de 1882. Fundó el Liceo de Puebla y la Escuela Normal de Profesores de México y escribió varios libros educativos de gran éxito en su época. En su honor, se creó la medalla “Ignacio Manuel Altamirano” que premia los 50 años de labor docente de los profesores mexicanos.
Entre sus alumnos se encuentran los escritores Justo Sierra, Federico Gamboa, Juan de Dios Peza, Ángel del Campo y Manuel Acuña.
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