A cualquiera, o prácticamente a todo el mundo, le suena la figura de Fiódor Dostoievski. Tal vez no atinen a decir que es un escritor, pero el nombre les resultará familiar. Lo confundirán con un músico, o tal vez con un cineasta (si fuera en una confusión con Tarkevski, sería realmente sorprendente), hasta puede que crean que fue un dirigente soviético. Sea como sea, que una figura literaria todavía perdure en el imaginario colectivo sin siquiera haber sido leído es algo extraordinario.
La dimensión del escritor ruso es tan grande que todavía ahora, sus trabajos siguen siendo objeto de estudios literarios, de nuevos descubrimientos en sus textos; las temáticas universales que subyacen en sus novelas continúan tan vigentes en el presente como lo fueron en la Rusia imperial del siglo XVIII.
Obras como Crimen y castigo, Los hermanos Karámazov o Los demonios son auténticas obras maestras, joyas que trascienden su naturaleza literaria para convertirse en patrimonio de la Humanidad. No estamos hablando de un simple narrador, de un escritor que tuvo fama en su época y la ha conservado por casualidad más de un siglo. Dostoievski es mucho más que eso, fue un hombre extraordinario que supo captar la esencia de la existencia humana y transcribirla en papel para que todos pudiéramos compartir su privilegiada visión.
Gracias a Alba Editorial, que publicó Diarios de un escritor, descubrimos al Dostoievski más personal, pues de su propio puño y letra nos relata lo que pasa por su cabeza sin el filtro de una historia novelada. Quien se adentre en esos diarios descubrirá un Dostoievski que lejos de lo que pudiera parecer por sus obras -plagadas de histrionismo, pasiones desatadas y locuras desmedidas- se nos presenta como un hombre reflexivo y que pausa sus pensamientos, debate con calma sus argumentos. Sólo cuando dentro de esos diarios mete narrativas es cuando descubrimos el proceso creativo del genio ruso.
¿Por qué es importante leer a Dostoievski? Es importante en la medida en que su literatura rezuma humanismo por todas partes. En una sociedad en la que cada vez se tiende más a masificar los pensamientos, a unificar criterios y desmenuzar la importancia del individuo, del pensamiento libre, las obras maestras de Dostoievski abren las puertas a la filosofía, a la historia, a la sociología… si bien las dos últimas son rehenes de la época en que fueron escritas, la exploración hasta la más profundas de las simas del alma humana es imperecedera.
En Crimen y castigo exploramos la profunda psicología del hombre, sus miedos, sus anhelos universales… mientras que al mismo tiempo se introduce una crítica velada a la burguesía rusa; pero no sólo eso, sino que a lo largo de sus centenares de páginas, mientras vemos las vicisitudes de su protagonista, se nos ofrece una profunda disertación sobre el existencialismo y la manera en la que nuestros actos, como individuos libres y únicos, nos definen y marcan nuestro camino en la vida o la sociedad. Toca muchos palos de las ramas más humanistas del pensamiento, y los explora hasta la saciedad. Tanto que nos sumerge en la locura de la que hacen gala todos sus personajes, de esa visceralidad con la que viven y se relacionan; en cierto modo Dostoievski nos invita a imitarlos, a darlo todo en cualquier cosa que hagamos, cualquier pensamiento que tengamos, cualquier sueño que intentemos hacer realidad.
Tenemos que ser críticos con los que nos rodean, con los que nos mandan; exigir y ser exigentes con nosotros mismos. Nunca conformarnos con nada y sentir con todos los sentidos de los que nos ha dotado la naturaleza. Y si para eso hace falta algo de locura, nos abandonamos a ella con la esperanza de que la razón termine por encontrar el ancla necesaria y evitar el naufragio. Bordear el risco, andar por la cornisa como método de iluminación. Así son los personajes de Crimen y castigo. Y sucede lo mismo con el resto de sus novelas, sus relatos y también en sus diarios. Y así debemos ser nosotros, también.
Así pues, y como la de muchos autores universales, la capacidad que posee Dostoievski para hacernos reflexionar es impresionante. Y muy necesaria, pues no podemos perder aquello que nos hace libres, que no es otra cosa que el pensamiento crítico, la capacidad de analizar nuestra realidad y la capacidad de construir un discurso propio, que no pueda ser manipulado pero que al mismo tiempo es flexible al debate.
Es por esa razón que todo el mundo debería leer al menos una de las grandes novelas de Dostoievski, todo el mundo debería sumergirse en un universo construido desde las emociones humanas, desde largas enseñanzas filosóficas en las que personajes sabios hablan con jóvenes impetuosos en una especie de enseñanza de vida. Todos deberíamos ser por un día Rodión Romanovich Raskólnikov o Lev Nikolaevic.
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