“Mi padre es ajeno a las categorías sentimentales y los lazos determinados por el parentesco, pero no al afecto, que entiende como una variante de la inteligencia”…
…escribe mi Villoro favorito, Juan, sobre su padre, el filósofo Luis Villoro. Nunca leí textos tan brutalmente honestos de un hijo acerca de su padre, y así, inmediatamente, pensé en el mío, que siempre ha sido práctico y bromista, y con los años, su inteligencia ha madurado, por no llamarlo afecto, el que ha aprendido a demostrar sin vergüenza.
Y así como Juan Villoro escribe sobre la taquería revolucionaria de su padre, yo escribiré sobre esa vez que me robaron un libro de la biblioteca de la universidad. Nunca pensé que un libro de lingüística fuera tan difícil de encontrar. Le seguí la pista hasta los confines del mundo y aun así no lograba dar con él. El dueño de una editorial me aconsejó ir a una feria del libro en otra ciudad, no tan lejana, pero a años luz de mis reducidas posibilidades de estudiante, así, mi papá vio mi preocupación y se puso la playera del team Liz y nos fuimos juntos al viaje librero.
El desenlace me llevó a pensar que fue un buen pretexto mío para conseguir libros nuevos, porque como era de esperarse, no encontré el libro perdido, pero vaya que mi papá me concedió el comprarme otros más.
Juan Villoro cuenta que admiraba a su padre por su apoyo a las causas sociales, aunque le causaba insomnio por no saber de él en semanas, y yo cuento que admiro al mío porque su apoyo a las comunidades en las que trabaja me deja impresionada y orgullosa. Además, cuando era pequeña le contaba historias y chistes que parecían no tener final, y cuando crecí le presté mi libro de Julio Scherer y le platiqué sobre mis pasiones mientras él escucha sin chistar ni reírse un poco.
He cambiado mucho, muchísimo, y él también, somos un constante cambio, pero si algo se ha mantenido estático, son sus ojos que me siguen viendo como su niña, la que se mete en problemas y gasta su dinero en libros. Los enojos que le he causado se cobran aparte.
Me ha enseñado que se vale cambiar creencias, que está bien estar loca en un mundo de cuerdos, que se puede llorar de vez en cuando.
Mis recuerdos, aunque vagos, tienen un poco de verdad, y hasta el día de hoy, los sigo guardando celosamente y los cuento como historias imperdibles, tal vez sin la maestría del buen Juan Villoro, pero sí con la misma admiración.
Cualquier pequeño acontecimiento merece un espacio, incluso ese, cuando tenía cuatro o cinco años y mi mamá decía que no sabía peinar, y se desentendía casualmente del tedioso asunto. Entonces entraba mi papá con cepillo en mano y ¡ta-rán! me peinaba en menos de dos minutos, eso sí, nada refinado ni de otro mundo, cabello hacia atrás y ya está, o como aquella ocasión cuando mis malvadas hermanas fueron a la tienda sin avisarme y compraron dulces sin traerme nada, me puse muy triste y como si el mundo conspirara, empezó a llover. Mi papá tomó mi chamarra verde, esa que me gustaba tanto, y me dijo: “vamos, yo te llevo”. Compré baloncitos de chocolate y fui la más feliz.
Por eso los recuerdos se convierten en historias. Feliz día, Pa.
Por Liz Mendoza
@tangerineliz
Deja un comentario