Cuando conocí La vuelta al día en ochenta mundos, me preocupé porque su tamaño impedía que cupiera en mi bolsa de mano, pensé que iba a maltratarse por viajar con él de un lado a otro sin más protección que mis tercas manos que no querían dejarlo en casa.
Después lo hojeé, comencé a sumergirme en el collage de letras, imágenes, manuales de uso y armado de la Rayuel-o-matic, y comprendí que si lo llevaba conmigo a como diera lugar, a pesar de que lloviera o granizara, emprendería un viaje por esas páginas tan inusualmente escritas y que sería mi mente la que no cabría en mi cabeza.
Nadie –ni el mismo autor– sabe exactamente qué tipo de libro tenemos entre las manos. A mí me pareció más bien un viaje, contado y rememorado por el señor Julio Cortázar, donde escribe sin inhibiciones de estilo, sin miedo a ser duramente criticado.
Se permite, a una edad madura, escribir con ese estilo que lo caracteriza, todo fuera de las normas y de la lógica, y nos lleva de Suiza a Vietnam, de Gran Bretaña a Argentina, del increíble Horror Vacui a los asesinos seriales, de poetas y sus mil aventuras desgraciadas, a los gatos con nombres de filósofos célebres.
Escribe, por ejemplo, sobre el enigmático “Jack the Ripper” y los poemas que supuestamente enviaba a la prensa londinense, siempre lleno de sarcasmo y buen humor:
“Los argentinos podemos estar contentos, Jack murió en Buenos Aires. Por su parte los rusos no ocultarían su satisfacción si pudieran sustituir la frase anterior por esta otra: Jack murió en San Petersburgo. Last but not least, los ingleses sonríen amablemente: Jack murió en su patria, puesto que era nada menos que el médico de la reina Victoria”.
Así es, este libro collage, más que mantenerte en vilo y espera, despierta curiosidades y asombros, siembra unas ganas incontenibles de correr a mil sitios, de preguntar, de viajar, de comprender otras latitudes y otras cabezas. De dar, como bien lo apunta la referencia al libro donde Phileas Fogg vive miles de peripecias, la vuelta al día en ochenta mundos.
Y más que cualquier otra cosa, este libro (de un tamaño no habitual, pero adictivo a cada página), es un reto a dejarse llevar, a volar, a viajar.
Todos los días presenciamos una lucha entre lo maravilloso y lo fantástico, que como señala Cortázar, no es lo mismo y nunca lo será. Me quedé pensando y descubrí mi propia condición: soy más impresionable por lo maravilloso que por la fantástico, todos los días despierto y salgo a la calle y hay algo en alguna esquina, en alguna persona, en el cielo o en el suelo que me hacen voltear la cabeza y dejarme impresionada.
Son los viajes diarios, que no he dejado de sufrir y de disfrutar, que al final, es lo mismo.
Y a ustedes, ¿qué les despierta mayor interés?
Por @tangerineliz
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