La comida es un placer, y dedicarle tiempo a hacer lo que te gusta, también.
Un día en algún lugar, me di cuenta de que había un grupo de mujeres del que podría aprender muchísimas cosas. Ellas se reunían a platicar sobre libros de otras mujeres, de antes y de ahora, y cada una hablaba sobre la experiencia que le había dejado tal o cual libro.
Lo interesante fue, que además de aprender teoría de género, implícitamente comencé a disfrutar de acompañar mis libros con una ligera y buena comida o bebida.
Todo empezó cuando abrí por primera vez el libro de Memorias de una joven Formal de Simone de Beauvoir –el cual me prestó la coordinadora del curso– y pedí un café americano acompañado de galletas. Fue como transportarme a otra dimensión donde sólo estaba yo, en una enorme sala de cine, mientras la vida de la célebre escritora francesa se desarrollaba en fotogramas frente a mis ojos para una audiencia reducida sólo a mí misma. Cuando volví a la realidad, estaba en un lugar público, en medio de la plaza de algún lugar, rodeada de otras personas, de otros seres que se ocupaban de su propia existencia.
Esas letras me supieron a café y a galletas de mantequilla. Ese libro me acompañó en otras aventuras que no es preciso contar ahora, pero que se han quedado en mi mente después de que los años le han pasado encima, será porque el sabor a café me impide olvidar.
Además, cuando conocí a una de las cocineras tradicionales que ha llevado su cocina ancestral a países recónditos, me di cuenta de la vida paralela entre la literatura y la cocina, cada receta es una historia, cada sabor nos evoca una vivencia que pide urgentemente ser contada, será por eso que Laura Esquivel escribió la clásica novela Como agua para Chocolate, en la que cuenta a través de un montón de entrañables recetas, la historia de Tita, a quien por tradiciones familiares propias de la época, le prohíben casarse y la condenan a cuidar de sus padres por ser la hija menor.
Los libros que involucran comida entre cada oración, nos enseñan que cada uno de los platillos que conocemos, hablan por sí mismos de la historia del pueblo que las creó, y para muestra basta asomarnos a las bibliotecas de cocina colonial, cocina ancestral o cocina del mundo, mismos que nos darán el trasfondo de los ingredientes, los colores y los sabores que experimentamos al llevarlos a la boca.
Por Liz Mendoza
@tangerineliz
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